La Jornada Semanal, 2 de junio del 2002

núm. 378

Andrea Blanqué

 

"Emilia Pardo Bazán: una voz gallega"

 

Pionera en casi todo: feminismo, periodismo crítico,

naturalismo literario, liberación sexual, humor casi

suicida, libertad de cátedra... Emilia Pardo Bazán

forma, con Pérez Galdós y Clarín, la --triada de la

literatura decimonónica en España--. En este ensayo,

Andrea Blanqué nos entrega el perfil de esta mujer

excepcional y nos invita a leer de nuevo Los pazos de

Ulloa, Cuentos de la tierra, La tribuna, Insolación,

El cisne de Villamorta y La sirena negra. La vida de

Emilia se basó, en buena medida, en un consejo de su

inteligente padre: --Mira, hija mÌa, los hombres somos

muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas

que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que

es mentira, porque no puede haber dos morales para dos

sexo--.

 

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En el primer año del siglo XXI se cumplieron los

ciento cincuenta años del nacimiento de Emilia Pardo

Bazán. Se ha dicho que, tal vez, los lectores de la

actualidad estén en mejores condiciones de disfrutar y

de admirar la obra de esta gran escritora española,

más aún que los lectores del pasado siglo XX.

 

La vida de Pardo Bazán estuvo llena de escándalos y

polémicas, pero quizá la más famosa tiene que ver con

su función de teórica y promulgadora de los principios

del Naturalismo en la España decimonónica. Desde

París, en sus maletas, Doña Emilia llevó a Madrid las

propuestas técnicas de Zola y un amor infinito por los

grandes novelistas rusos, como Dostoievski, TurguÈniev

y Tolstoi. Corría la década de 1880.

 

Muchos de sus contemporáneos --sesudos académicos

españoles de enormes mostachos--se burlaron de ella

sin piedad, intentando pulverizarla y acusándola de

esnobismo y afrancesamiento, e insistieron en que todo

lo que viniera de su pluma era resultado del

servilismo, de su voluntad de estar a la última moda.

 

Los castizos caballeros de letras, presas del

chauvinismo, no dieron la oportunidad a esta mujer de

cultura pasmosa y agudeza crítica de demostrar que

ella, efectivamente, había descubierto más allá de los

Pirineos una literatura funcional: la gran novela

realista europea. Y la traía al castellano, a

coexistir con las obras de Pérez Galdós, de Leopoldo

Alas "Clarín" y, por supuesto, con las propias.

 

Pardo Bazán fue una autora asombrosamente prolífica:

decenas de novelas y centenares de cuentos la colocan

en la primera línea de la mejor narrativa española.

Hoy, cuando se dice que cada vez menos gente lee a los

escritores de la Generación del 98, permanece, en

cambio, cada vez más fresca y viva, la tríada

decimonónica de Galdós, Clarín y Pardo Bazán.

 

MUJER FUERTE

 

Su narrativa aún permite una lectura apasionada. No se

ha apolillado, como mucha de la literatura de sus

mojigatos detractores. Es más: a comienzos del siglo

XXI ningún lector puede horrorizarse con La madre

naturaleza, La tribuna o Insolación. La narrativa

contemporánea --el cine y la novel-- nos tiene

habituados a los detalles de la realidad, aunque sean

duros o escabrosos. No existe el concepto de eludir

aquello que no es de buen gusto. Es un arte sin

censura.

 

Emilia abatió también la censura dentro de sí, aunque

como artista consciente sabía que la literatura no era

un documento sino que implicaba una precisa labor de

selección. Y al no escribir autocensurada --era una

mujer con una confianza enorme en sí misma-- pudo

construir un fresco de la Galicia de hace un siglo,

ancestral, bárbara y violenta, inmortalizándola en Los

pazos de Ulloa y en Cuentos de la tierra, como nunca

antes nadie lo había hecho. Consiguió --por ejemplo, en

su novela La tribuna-- crear una sobrecogedora pintura

de las fábricas del capitalismo decimonónico, después

de haberse internado a observar en acción la vida de

las obreras del tabaco y sus lamentables condiciones

laborales. En plena era victoriana logró hablar,

además, de la sexualidad de las mujeres, del derecho

al deseo, construyendo personajes femeninos

inolvidables en situaciones de alto tenor erótico:

Asís, la aristocrática protagonista de Insolación;

Leocadia, la fea maestra del pueblo de El cisne de

Vilamorta; como Esclavitud, la sirvienta suicida de

Morriña; Annie, la niñera inglesa de La sirena negra,

que antes de ser violada por un hombre refractario y

hedonista, le encaja a éste una soberbia bofetada.

 

HIJA ÚNICA

 

La proverbial autoconfianza de la escritora tiene que

ver con los vientos a favor que soplaron en su cuna.

No es casual que la primera mujer española que

desempeñó una cátedra universitaria, la primera

periodista profesional de la península, la principal

ideóloga del feminismo decimonónico en España, y la

gran narradora del siglo xix en idioma castellano,

hayan sido la misma mujer: Emilia Pardo Bazán.

 

Nacida en 1851 en La Coruña --en aquel tiempo

considerada la ciudad más liberal de España-- era hija

única y amada de un matrimonio rico y burgués con

antecedentes nobiliarios, con un padre progresista,

partidario de la educación de las mujeres y de la

igualdad de derechos entre éstas y los hombres.

 

Los hombres feministas abundaron en la vida y en la

obra de Emilia: su primera publicación, en 1876, será

un estudio sobre el padre Feijoo, el monje gallego del

siglo xviii que defendió en sus escritos los derechos

de las mujeres. También Emilia será admiradora y

prologuista de las obras del filósofo feminista inglés

Stuart Mill. Y a pesar de que entre sus múltiples

personajes --escribió más de 580 cuentos-- suelen

aparecer hombres rústicos que despliegan su violencia

contra esposas, hijas, sobrinas, concubinas y

sirvientas, es notable que a menudo las ideas

feministas de Pardo Bazán sean promulgadas por

personajes masculinos, como el comandante Gabriel

Pardo, que aparece y reaparece en distintas novelas a

la manera de Balzac.

 

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Don José Pardo Bazán dijo un día a su hija algo que

ella no olvidaría nunca: "Mira, hija mía, los hombres

somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay

cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no,

di que es mentira, porque no puede haber dos morales

para dos sexos." Emilia reivindicó los derechos de las

mujeres pero nunca asumió una posición de víctima, ni

siquiera cuando la Real Academia Española rechazó una

y otra vez la posibilidad de que ella ocupara uno de

los treinta y seis sillones por ser mujer. A

diferencia de George Sand --que también había sido una

niña rica y mimada, estimulada por una aristocrática

abuela--, Pardo Bazán nunca quiso ocultarse en un

seudónimo masculino. Se sentía orgullosa de su nombre,

al que no anexó el de su marido. Hubo quienes pensaron

que se trataba de un escritor varón con seudónimo de

mujer; otros aceptaron que se trataba de una

escritora, pero decían de ella: "Esta mujer es mucho

hombre." El filólogo e historiador de literatura

española Julio Cejador decía de ella que tenía

"vanidad de mujer y literatura de varón", continuando

su veneno con el comentario "de los buenos escritores

es ella uno de los peores".

 

La misoginia se cebó en ella cuando sus novelas

naturalistas comenzaron a hacerse famosas y a ser

leída ardorosamente en la década de los ochenta del

siglo antepasado. Un crítico contemporáneo, Luis

Alfonso, escribió: "¿Cómo una buena madre de familia,

esposa y dama honesta puede ser naturalista? ¡Horror!

Esta señora honorable, además, se complace en salpicar

sus escritos literarios de palabras de baja estofa y

en exponer algunos pormenores de obstetricia en su

novela más reciente." En efecto, en Los pazos de Ulloa

hay un larguísimo parto que parece no terminar nunca,

mientras el personaje del médico habla y habla de

política.

 

La lengua y la pluma vivaz de Pardo Bazán no tardaron

en contestar a Luis Alfonso, preguntándose si el

argumento de ser buen padre, esposo y hombre

distinguido invalidarían a un varón publicar lo que él

creyera oportuno.

 

MUCHOS LIBROS

 

La clave para entender la excepcionalidad de la

escritora está, por supuesto, en su innata

inteligencia y en su talento, pero también en su

educación. La madre enseñó a leer a una hija que desde

los siete u ocho años se convirtió en una ávida

lectora. En sus apuntes autobiográficos sostuvo que

sus lecturas preferidas de la niñez eran la Biblia, el

Quijote, y la Ilíada. Trasegaba entre las fabulosas

bibliotecas de sus padres y sus parientes: "Libros,

muchos libros que yo podía revolver, hojear, quitar,

poner otra vez en el estante." Consumió literatura de

adultos durante años, quietecita en un rincón. Pero el

pequeño ratón de biblioteca fue también una niña

feliz: entre sus juguetes, el preferido era un caballo

de cartón al cual se subía imitando a los campesinos

de su tierra, Galicia. Había también entre ellos,

mezclados, una locomotora que le fascinaba y muñecas

vestidas de raso con tirabuzones en el pelo.

 

La rica familia gallega pasaba los inviernos en

Madrid, y la niña fue inscrita en el mejor colegio

francés laico de la capital. La precoz Emilia no

soportó la mediocridad con que se educaba a las chicas

en el siglo XIX. Desde entonces fue una total

autodidacta: pidió a su padre que le cambiara las

clases de piano por las de latín --para así poder leer

directamente la Eneida--, hablaba a la perfección

francés, y con los viajes de su cosmopolita familia

pronto también aprendió a hablar y leer inglés, alemán

e italiano. Devoradora de cultura, leía además novela

francesa, filosofía alemana, poesía romántica y todas

las novedades habidas y por haber en el campo de la

medicina, que parece haber sido una vocación latente y

frustrada (las enfermedades, las curas y los médicos

forman una parte importante de su narrativa).

 

En 1868 se casó con un muchacho estudiante de

abogacía, José Quiroga, al parecer por amor. El chico

estudiaba en la Universidad de Santiago; la pareja fue

mantenida por los padres y tardó ocho años en tener un

hijo, Jaime, acontecimiento que la llenó de dicha

mientras ya se encontraba escribiendo

sistemáticamente. El bebé le inspirará su único libro

de poesía titulado, significativamente, Jaime. Pocos

años después nacerán sus hijas Blanca y Carmen. La

felicidad que le producen los hijos no empaña su deseo

de escribir: por el contrario, con los niños pequeños

se vuelve más prolífica y en la década de los ochenta

escribe prácticamente una novela por año, además de

multitud de artículos y cuentos.

 

PAPELES Y PANÑALES

 

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La descripción de los bebés, de los niños y del amor

que producen son descritos en su obra con un realismo

y una vivacidad fuera de lo común. El personaje-niño

que se gana la obra de Pardo Bazán es Perucho, el hijo

bastardo del marqués de Los pazos de Ulloa y de una

sirvienta que le sirve de concubina. La belleza de

Perucho, detrás de la mugre y el abandono en que el

violento mundo adulto lo tienen sumergido, es

sobrecogedora. También el niño huérfano de La sirena

negra, a quien adopta un hombre soltero, enfermo de

spleen, protagoniza la escena de mayor intensidad de

la novela, recibiendo un tiro azaroso abrazado a las

rodillas de su protector.

 

En las novelas y cuentos de Pardo Bazán hay embarazos,

partos, bebés, nodrizas, amamantamientos por doquier,

y también animales que hacen lo propio en el eterno

ciclo de la vida del primitivo mundo campesino de

Galicia, descrito con una vitalidad única en la

literatura española.

 

Pero si bien la maternidad no fue un escollo en su

activísima carrera de escritora, sí lo fue su

matrimonio. Cuando los adolescentes Emilia y José se

casaron, ella era una chica inteligente y erudita,

pero no una estudiante. En sus tiempos, las mujeres no

podían concurrir a la universidad. No obstante, Emilia

le hacía los "deberes" a su marido: le tomaba las

lecciones e incluso le escribía ella los trabajos. Con

el tiempo, el carácter pasivo y tímido del marido los

irá distanciando. En la década de los setenta la joven

intelectual, que ya comienza a producir sus escritos,

no busca alianza en su marido sino en sus amigos. Por

ejemplo, Francisco Giner de los Ríos, el fundador de

la famosa Institución de Libre Enseñanza --tan

determinante para la posterior Generación del 98--,

quien la apoyará incondicionalmente.

 

BODAS FALLIDAS

 

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En 1879 escribe su primera novela, Pascual López.

Autobiografía de un estudiante de Medicina, y poco

tiempo después se enferma de hepatitis. Para curarse

vieja al balneario de Vichy, donde concibe su segunda

novela, que será publicada bajo el título Un viaje de

novios (1881), la historia de un matrimonio mal

avenido. En un viaje de bodas, el hombre baja un

momento a la estación y pierde el tren; la mujer,

dormida, continúa el viaje sola y conoce al hombre de

quien verdaderamente se hubiera debido enamorar. La

novela avanza y demuestra que el marido, un hombre

rústico, se había casado con ella por la rica dote.

Pero la mujer renuncia a la posibilidad del amor al

comprender que está embarazada del esposo.

 

El fracaso del matrimonio y la verdadera dimensión del

cónyuge aparecen también en Los pazos de Ulloa cuando

el bestial marqués rechaza a su esposa, quien en lugar

de parir un crío da a luz una niña. Pero la frágil y

bizca esposa puede, aun amenazada por el fantasma de

la muerte, crear un vínculo alternativo a ese

abominable matrimonio, construyendo una relación

apasionada, aunque sin sexo, con el cura Julián.

 

Como cuentista, Pardo Bazán a menudo ha sido comparada

con Maupassant. Uno de sus relatos más conocidos --un

clásico de las antologías-- es también el primer cuento

considerado netamente feminista en la literatura

española del siglo xix. Se titula "El encaje roto", e

incluye el siguiente pasaje: antes de casarse, una

mujer que está probándose el velo de novia lo rasga

sin querer. Ello le permite divisar la cara de furia

del marido ante su presunta torpeza, y el odio de ese

rostro es un aviso que le permite renunciar al

casamiento. Pero aunque en sus libros retrate maridos

iracundos, no parece haber sido ésta su experiencia

con José Quiroga, sino otra igualmente decepcionante.

 

En 1883, cuando la escritora publica La cuestión

palpitante, su famoso libro de ensayos que difunden y

defienden el Naturalismo en España, su marido no puede

soportar las recriminaciones que se le hacen a la

esposa desde tantos ámbitos, y le prohibe continuar

escribiendo. La escritora debe optar entre su

matrimonio y su profesión. Lo hace: se separan

amistosamente y con discreción. … él vivirá en su

castillo de Orense; ella se queda con los hijos, y con

ellos vivirá repartidamente entre La Coruña --el

señorial Pazo de Meirás-- y Madrid. Su marido no pudo

ser el amigo que disfrutara los triunfos con ella.

 

GALDÓS, AMANTE

 

Alrededor de 1889, separada y cada día más firme como

escritora y como mujer, Emilia parece encontrar al

compañero que la ama y la entiende: es el tiempo de su

relación amorosa y amistosa con Benito Pérez Galdós.

Con casi cuarenta años, la escritora le habla en una

carta de la cantidad de pelo blanco que ya le ha

crecido. El autor de Tristana y Fortunata y Jacinta

tiene, por su parte, cincuenta. Se admiran mutuamente,

se aconsejan y, por supuesto, se leen. Es una relación

oculta: su amor se desveló muchas décadas después,

cuando fue publicado su epistolario --nunca dado a

conocer por completo. Las cartas hablan del cuidado

que tuvieron en preservar la clandestinidad de los

encuentros. También habla de la tolerancia con que se

relacionaron, conformando una pareja abierta. Galdós

continuó teniendo sus queridas ocasionales y sus

mantenidas estables. En el balneario Arenys de Mar,

ella tuvo una relación con un joven y atractivo

escritor, Lázaro Galdiano, editor de una revista en la

que Emilia colaboraba activamente. Algo sucedió entre

ellos, aunque la correspondencia que se enviaron nunca

se hizo pública.

 

La escritora habla del affaire con Galdós en sus

cartas: "De mis picardías ¿qué quieres que te diga? Tú

eres más indulgente para ellas que yo misma." Y más

adelante: "Ante la moral oficial no tengo defensa,

pero tú y yo se me figura que vamos un poco nihilistas

en eso." Emilia y Pérez Galdós constituyen una de esas

parejas de artistas famosos que pueblan el arte

occidental, pero según sus cartas, no parecen haber

tenido entre ellos el componente tanático de tantas

otras, a lo Rodin y Camille Claudel. El epistolario

está lleno de tiernas declaraciones de amor que dedica

doña Emilia a don Benito --"mi miquiño", "mi ratoncito

amado", "vidita", "te muerdo un carrillito y te doy

muchos besos por ahí en la frente y en el pelo y en la

boca". Pero hay también entre ellos una complicidad

ejemplar, una solidaridad humana y literaria que los

hace sentirse únicos en el universo: "Lo imposible y

lo temible era que no nos viésemos, que suprimiésemos

nuestra comunicación cuando nuestras almas se

necesitan y se completan, y cuando nadie puede

sustituir en este punto a tu Porcia. No deseo

ciertamente que me hagas una infidelidad, pero aún

concibo menos que te eches una amiga espiritual, a

quien le cuentes tus argumentos de novelas. A bien que

esto es imposible; verdá, mi alma, ¿qué es imposible?"

 

El pasaje más risueño de la correspondencia es el

siguiente: "Pánfilo de mi corazón: rabio también por

echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote

todo. Te aplastaré. Después hablaremos tan dulcemente

de literatura y de Academia y de tonterías. ¡Pero

antes te morderÈ un carrillito!" Doña Emilia fue una

de las gordas mås famosas de la cultura. Gallega

robusta, gustaba del buen comer --las descripciones de

las comidas y las cocinas en sus libros con casi

fotográficas. Asimismo, tenía un leve estrabismo en un

ojo. Pero ninguno de estos detalles parece haberle

arruinado la conciencia de su propio valer como mujer

y como escritora.

 

INDEPENDENCIA CREADORA

 

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La década de los ochenta fue el momento de oro de la

producción narrativa de Pardo Bazán, que coincide con

su estética naturalista: en 1882 publica La tribuna;

en 1884, El cisne de Vilamorta; en 1886 su obra

maestra, Los pazos de Ulloa, y al año siguiente su

continuación, La madre naturaleza; en 1889 dos novelas

bellísimas: Insolación y Morriña. Paralela a la

producción de novelas está también su producción

teórica, La cuestión palpitante, de 1883.

 

Aunque promulgadora de la estética de Zola, la

narrativa de Pardo Bazán no surge de la aplicación de

rígidos principios técnicos sino de su propio talento,

que supo tomar del naturalismo aquello que mejor venía

a su creatividad. En su proyecto literario usó el

determinismo de los factores sociales y biológicos --a

pesar de ser católica. Con ella queda superado todo

rastro de los vicios del Romanticismo tardío en la

novela española, cursis clisés que hacen poco

disfrutables, por ejemplo, las novelas de otra gran

escritora gallega: Rosalía de Castro.

 

La descripción de ambientes con precisión documental,

que era una de las consignas del naturalismo de Zola,

es en la pluma de Pardo Bazán mucho más que una receta

y resulta uno de los grandes hallazgos de su

narrativa. Cuando en Los pazos de Ulloa el cura Julián

llega a la decadente mansión del bestial marqués de

Ulloa, la descripción de la cocina, de los enseres, de

las habitaciones, de la mugre y la sordidez de

aquellos seres que viven fuera de las normas, en

transgresión perpetua, es una de las más logradas

páginas de la literatura española. La madre

naturaleza, segunda parte de Los pazos de Ulloa, trata

del amor incestuoso entre el hijo natural del marqués,

Perucho, y la hija habida en matrimonio, Manuela, que

son hermanos aunque no lo saben. Los encuentros de los

enamorados se producen durante el esplendor del estío:

las descripciones del campo, los årboles, los frutos,

los animales de establo, los pobrísimos trabajadores

rurales, los castros que dejaron los celtas, son el

marco para escenas de amor de gran sensualidad que se

ganan el tiempo de la novela antes de que se precipite

la tragedia.

 

Insolación parece seguir los preceptos del naturalismo

a rajatabla, aunque hoy pueden leerse vivos y nada

caducos. Esta novela, que causó un aluvión de

escándalos en su tiempo y que hoy es el libro de Pardo

Bazán que más gusta a las feministas españolas, es la

historia de una aristocrática viuda de treinta y pocos

años que, en la romería de San Isidro, acepta la

compañía de un joven andaluz sin saber apenas quién es

--un verdadero playboy, en realidad. Las descripciones

de la marea popular, la muchedumbre goyesca, la música

y el baile, los gitanos, las orillas del río

Manzanares, el vino, las comidas humeantes, el

terrible calor y el sol de Castilla, son el vértigo

preciso para que Asís, la protagonista, vea crecer

adentro hasta límites insospechados el deseo por un

auténtico desconocido. La atracción por ese hombre es

abrasadora e inescapable como una insolación. Al final

de la novela, cuando por fin desde el erotismo y la

fantasía se pasa a la alcoba y a la cama, doña Emilia

cierra la historia con la decisión de ambos disparejos

personajes de convertirse en pareja legal: un

matrimonio.

 

CONTRADICCIONES

 

Puede cuestionarse --y, de hecho, se le ha reprochado

más de una vez-- el carácter conservador de los finales

de estas novelas, que desatan por la historia una

revolución contra todas las represiones pero que

finalmente se acomodan en su final a la moral

católica.

 

Es verdad que Emilia tenía sus ambigüedades: ya en La

tribuna resulta decepcionante el final de la

revolucionaria e inolvidable obrera Amparo. También es

empobrecedor que Manolita, la libre muchacha de La

madre naturaleza, decida meterse en un convento al

enterarse de que el hombre que ama y con quien se ha

iniciado es su hermano. La insalvable diferencia entre

las clases sociales es respetada con todo rigor en

Morriña, donde una joven sirvienta gallega, enamorada

del señorito, sólo ve como alternativa las ruedas de

un tren.

 

Pardo Bazán ostentó siempre el título de condesa que

había heredado de su padre, quien sin embargo no lo

obtuvo de su familia sino del Papa. Era católica,

monárquica, y no la sedujo la posibilidad de una

España republicana. Pero un viento de libertad recorre

su obra de ficción y sus ensayos, sobre todo aquellos

reunidos en La mujer española. Sólo una cabeza

progresista pudo haber escrito, en 1904, que "el

movimiento feminista es la única conquista totalmente

pacífica que lleva trazas de obtener la humanidad. El

mejoramiento de la condición de la mujer ofrece estas

dos notas que conviene no perder nunca de vista: a)

que no cuesta ni puede costar una gota de sangre; b)

que coincide estrictamente su incremento con la

prosperidad y grandeza de las naciones donde se

desenvuelve. Ejemplo: el Japón, Rusia, Inglaterra,

Suecia, Noruega, Dinamarca, Estados Unidos".

 

Era una mujer de extracción social privilegiada, a

pesar de que trabajaba largas horas por día y que

desde la muerte de su padre vivió del periodismo, de

sus clases y conferencias y de lo que ganaba con su

pluma. Pero su obra es un gran fresco de todos los

estratos sociales. Su admiración por el pueblo y su

mirada aguda sobre la cultura de los campesinos, la

ayudaron a afianzar su convicción en la igualdad de

los sexos y en el derecho de las mujeres a la

educación y al trabajo: "En gran porción del

territorio español, la mujer ayuda al hombre en las

faenas del campo, porque la igualdad de los sexos,

negada en el derecho escrito y en las esferas donde se

vive sin trabajar, es un hecho ante la miseria del

labrador, del jornalero o del colono. En mi país,

Galicia, se ve a la mujer, encinta o criando, cavar la

tierra, segar el maíz y el trigo , pisar el tojo,

cortar la hierba para los bueyes. [...] El pobre hogar

de la mísera aldeana, escaso de pan y fuego, abierto a

la intemperie y al agua y al frío, casi siempre está

solo. A su dueña la emancipó una emancipadora eterna,

sorda e inclemente: la necesidad."

 

CAMBIO DE ESTÉTICA

 

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A fines de la década de los noventa se observa a una

Emilia Pardo Bazán cansada del naturalismo. Como

autora prolífica, llena de curiosidad e inquietudes

intelectuales y estéticas, se la ve allanar otros

caminos, aunque las nuevas rutas no siempre le salen

bien. En esa época escribió auténticos bodrios como El

saludo de las brujas o Misterio, novelones a la manera

de Alejandro Dumas con príncipes prófugos y

ridiculeces diversas.

 

Un libro tardío que viene siendo rescatado por la

crítica contemporánea es La quimera. Publicada en

1905, en la novela se ve un corrimiento hacia la

estética modernista, que Emilia absorbió no sólo a

través de Rubén Darío sino también a través de sus

frondosas lecturas de literatura inglesa. La quimera

es una novela larguísima con capítulos en donde no

pasa absolutamente nada. El protagonista, Silvio Lago,

es un pintor protegido por una famosa compositora

aristocrática que le presenta a sus conocidas para que

el artista se gane la vida pintando señoras ricas de

Madrid. Sin embargo, Lago persigue una quimera: ser un

gran artista, escapar de la mediocridad. El drama por

los anhelos del pintor y las turbias historias

amorosas y sexuales de éste con sus modelos, es lo que

la autora utiliza como pretexto para hablar de

problemas metafísicos y estéticos. En las antípodas de

Los pazos de Ulloa, la escritora recuerda sus

tendencias artísticas de veinte años antes sólo cuando

describe con precisión la agonía del tuberculoso

pintor.

 

Por momentos cercana a Las alas de la paloma, de Henry

James, a la morosidad exasperante de la novela se

contrapone el interés que suscita el hecho de haber

sido un asunto absolutamente autobiográfico: la novela

se basa en la auténtica relación entre la escritora y

un joven pintor gallego --Joaquín Vaamond-- que Emilia

protegió cuando éste regresó de Buenos Aires.

 

La gran novelista vuelve a generar entusiasmo desde el

Modernismo con la tremenda novela La sirena negra

(1908), escrita a casi a los sesenta años. Con escenas

que parecen tomadas de los cuadros de Sorolla, esta

novela profundamente espiritualista tiene la

particularidad de introducirse --en primera persona-- en

la cabeza de un personaje masculino indolente y

descreído, a quien el destino termina por darle una

gran lección.

 

Emilia Pardo Bazán murió en 1921, llena de gloria y

publicaciones, pero al escribir La sirena negra la

sensación de la muerte se escurría por su vitalísima

pluma: "El cuerpo de mi sirena no es blanco, su pelo

no es rubio: tiene su forma lo indeterminado de los

senos sombríos de donde sale, y su melena se parece a

la inextricable maraña de las algas, suspensas,

enredadas y penetradas por esta luz líquida. Creo

verla ascender despacio, ávida y amenazadora, como si

me dijese: Eres mío, no huyas."